1870
– Revolución marginalista:
La
década de 1870 supuso una ruptura radical con la economía política
anterior; esta ruptura se denominó la revolución marginalista
promulgada por tres economistas: el inglés William Stanley Jevons;
el austríaco Antón Menger; y el francés León Walras. Su gran
aportación consistió en sustituir la teoría del valor trabajo por
la teoría del valor basado en la utilidad marginal. Los economistas
políticos clásicos consideraban que el problema económico
principal consistía en predecir los efectos que los cambios en la
cantidad de capital y trabajo tendrían sobre la tasa de crecimiento
de la producción nacional. Sin embargo, el planteamiento
marginalista se centraba en conocer las condiciones que determinan la
asignación de recursos (capital y trabajo) entre distintas
actividades, con el fin de lograr resultados óptimos, es decir,
maximizar la utilidad o satisfacción de los consumidores.
Durante
las tres últimas décadas del siglo XIX los marginalistas ingleses,
austríacos y franceses fueron alejándose los unos de los otros,
creando tres nuevas escuelas de pensamiento.
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La escuela austríaca, que
se centró en el análisis de la importancia del concepto de utilidad
como determinante del valor de los bienes, atacando el pensamiento de
los economistas clásicos, que para ellos, estaba desfasado. Un
destacado economista austríaco de la segunda generación, Eugen Von
Bóhm- Bawerk, aplicó las nuevas ideas para determinar los tipos de
interés, con lo que marcó para siempre la teoría del capital.
-
La escuela inglesa,
liderada por Alfred Marshall, intentaba conciliar las nuevas ideas
con la obra de los economistas clásicos. Según Marshall, los
autores clásicos se habían concentrado en analizar la oferta; la
teoría de la utilidad marginal se centraba más en la demanda, pero
los precios se determinan por la interacción de la oferta y la
demanda, igual que las tijeras cortan gracias a sus dos hojas.
Marshall, buscando la utilidad práctica, aplicó su análisis del
equilibrio parcial a determinados mercados e industrias.
-
La
escuela francesa
profundizó en la Teoría Marginal desde el punto de vista económico
en términos matemáticos, desarrollada por Walras. Para cada
producto existe una función de demanda que muestra las cantidades de
productos que reclaman los consumidores en función de los distintos
precios posibles de ese bien, de los demás bienes, de los ingresos
de los consumidores y de sus gustos. La economía walrasiana es
bastante abstracta, pero proporciona un marco de análisis adecuado
para crear una teoría global del sistema económico.
Relación
“economía – industrial”:
No
considerarse casual que la ciencia económica naciera como tal en el
mismo momento histórico y país que la revolución industrial: la
Inglaterra del último cuarto del siglo XVIII.
El
sector puede ser subdividido en muchos tipos. La primera
clasificación la realizó el economista francés Jean-Baptiste Say
(1767-1832), que distinguía entre industrias
extractivas,
que transformaban recursos naturales en productos utilizables por el
resto de la industria; manufactureras,
que convertían estos productos en bienes de consumo o inversión; y
comerciales,
que los distribuían a los consumidores.
La
industria se ha organizado de diversos modos desde sus orígenes.
Hasta el siglo XVIII predominaban dos formas: el taller artesanal,
durante muchos siglos organizado en gremios, y la industria
domiciliaria, microtalleres controlados por comerciantes que
suministraban materiales a trabajadores agrícolas, que así
obtenían un complemento de renta.
Tras
la Revolución Industrial se generaliza la fábrica. El sistema
fabril permitió la generalización de la división del trabajo. Las
sucesivas mejoras organizativas permitieron la especialización de
funciones, la estandarización de procedimientos (taylorismo) y la
producción en cadena (fordismo).
Desde
la década de 1970 la industria entró en crisis. Los cambios en la
demanda y las innovaciones tecnológicas están forzando
transformaciones radicales en su organización, estos dos fenómenos
fuerzan la adopción de sistemas productivos en tiempo real
(just-in-time) que reducen la necesidad de almacenamiento pero
incrementan el consumo de transportes.
Se
está dando paso a redes interconectadas de pequeñas y medianas
empresas en distritos industriales, con una mayor capacidad de
adaptación a cambios bruscos de la demanda.
Debido
a estos cambios aumentan las tasas de desempleo y las perspectivas
no apuntan a su reducción, a pesar de las tasas de crecimiento de
la economía. Además, es ahora cuando se comienza a valorar el
serio deterioro ambiental que la industria ha generado, por
contaminación de la atmósfera, de las aguas o del suelo
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